domingo, 11 de enero de 2015

M. E. Walsh

Piénsame como en la fotografía:
con mi perfil rondando tu apellido.
Brizna desmemoriada que ha crecido 
al lado de tu voz, amiga mía.
Yo soy aquella fiebre de papeles
que por los corredores de la escuela
admiraba tu mundo de acuarela
y la política de tus pinceles.
Soy el antaño de tus mediodías
y aquel afán donde te reconoces;
quien buscaba tu voz entre las voces
y quien tanto lloró porque sufrías.
Mi corazón en todo te comprende
—desde su cerradura o con su llave—
pero perdónalo porque no sabe
en dónde acabas tú y empieza el duende.
Digo que eres sostén y nervadura
de esta riqueza que no llamo mía
porque eres la verdad de mi alegría,
porque estoy reclinada en tu dulzura.
No encuentro nada venturoso y nuevo
que presida el candor de mi confianza;
alargaré en tu nombre la esperanza
hasta pagarte lo que no te debo.
En la ciudad de mi palabra fría
ardiendo está tu ausencia o tu latido.
Mucho antes de partir me habré perdido
sin tu mano en mi mano, amiga mía.
Danza con mis paraguas arlequines,
prende mi luz y mírate en mi espejo.
De todo me desprendo y te lo dejo:
la lapicera, el canto, los patines.
Te estoy queriendo única y primera
desde mi soledad exagerada.
Siempre estaré de frente en tu mirada
y asistiendo a tu sombra verdadera.
Dame la mano y vamos a algún lado
con los pinceles como pasaporte.
Las dos con una brújula sin norte.
Las dos con un reloj equivocado.
Maria Elena Walsh