lunes, 16 de mayo de 2016

lunes, 11 de abril de 2016

Cuántas...?

¿Cuántas veces
se puede romper
una mujer?
¿dos, cinco, diez?
¿qué es lo que hace
que una mujer se rompa?
¿es su corazón,
frágil como una caja
de copas de cristal
envueltas para regalo?
¿es el cuerpo flaco
que no alcanza
como escudo protector
del alma o de la casa,
que es lo mismo?

cuando una mujer se rompe
hay un vestido de fiesta
que se aplasta en el placard
por un año o más
un hombre cree
que la mujer ya se repondrá
es así el amor
luego vendrá otro hombre
y le regalará un collar
de perlas de fantasía
comprado por metro en Once
que es nuestro Bloomingdale´s.

las mujeres rotas
se acumulan en las ciudades
viajan en tren
en colectivo
se levantan temprano
para ir a trabajar
con ropa de oficina
en la calle las señalan
ahí va una mujer rota
ahí va una mujer rota.

una mujer se rompe
la cantidad de veces
que puede amar
y cuando no puede más
viaja a la casa de su madre
en los suburbios de la ciudad
saca una mesa
apoya su computadora portátil
y en el jardín
al lado del garage
intenta escribir poemas
y cuando no puede más
viaja al mar
y cuando no puede más
viaja a la montaña
y cuando no puede más
se traga las perlas del collar
una por una.


Belén Iannuzzi

miércoles, 6 de abril de 2016

Cuando llueve

Amar a corazón abierto
es la esencia de la valentía, 
pero aprender a amarTE
incondicionalmente,
es abrirle el pecho
al alma de la Revolución. 


≈ Ada Luz Márquez ≈

martes, 22 de marzo de 2016

Carta a Doris Dana

"Yo sé bien que nadie, ninguna persona en éste mundo, puede saber qué cosa es nuestra vida sino (excepto) nosotros mismos.
La bella vida nuestra es tan imperceptible, tan delicada, por llena de imponderables, que casi no es posible verla. Es posible solamente vivirla, gracias a Dios.
Yo vivo en una especie de sueño, acordándome de todas las gracias que me has hecho.
Y lo que vivo es una vida nueva, una vida que yo siempre he buscado y nunca hallé. Es una cosa ella sacra y concentrada.
La vida sin ti es una cosa sin sangre, sin razón alguna. Tú eres [mi casa] ,mi hogar, tú misma. En ti está mi centro.
(Y el solo quererte me purifica). Ella es el abandono, la confianza completa.
Yo sé que tú eres fiel como una piedra.
Mi memoria es ahora un mundo, se vuelve un Universo vasto y completo. Y a la vez incompleto, porque ha crecido tanto aunque parecería que no pudiese crecer más.
Ay, amor grave y tan dulce, tan sin peso a la vez. ¡Alegría mía!"
G. Mistral

[Este texto corresponde a un documento muy apreciado por Doris Dana, quien lo mantuvo hasta el fin de sus días en una caja fuerte].

Carta a G. M

April 21 st, 1949
Mi amor:
[...]
Cuando veo el color de verde de la primavera, pienso «esto es
especial, es sacrado para mí, esto color, porque quizás en esto momento
mi amor ve el mismo color -y quizás ella siente las mismas
emociones inexplicables, inefables y misteriosas- en esto momento.
Yo veo una flor, y recuerdo de unas flores que tú me has dado,
sin palabras, en nuestro coche, en San Juan de Cocomatepec. Y súbitamente,
con esto recuerdo, toda [...] es una flor, ofrecido, dado
por tu mano. Veo el cielo, recuerdo millones de cielos sobre la cabeza
más querida en el mundo. Y pienso «este mismo cielo toca a la
cabeza de mi querida», y yo mando a ti un beso, un toque tierno y
pasionado por los nubes que pasan, que tal vez van a verte pronto en
[...]. Y tengo celos de estos nubes que pueden verte más pronto que
yo. Y el viento -el viento me abraza- y yo ruego al viento «abraza
a ella para mí, haga que ella que es mi abrazo, tierno, y pasionado».
Yo me pongo en el viento y en la lluvia tierna, para que estos, viento
y lluvia, pueden abrazarte y besarte para mí.
Doris Dana

martes, 8 de marzo de 2016

Hoy me desperté y,,

08/03/2016

Hoy me desperté y tenía concha.
Tremendo fue mi desconcierto al descubrirme ese espacio vacío entre las piernas. La carne ausente anticipaba miseria, porque bien sé que sin pito ya no tenía nada.
Llamé apurado a mi hermana y le expliqué como pude lo que me había ocurrido y le supliqué que viniera a casa y me trajera algo de ropa, porque todo lo que tengo es de hombre y también sé que mujer que viste camisas es lesbiana, nunca mujer.
Pasé un rato largo mirándome en el espejo. Tenía concha y tenía un par de tetas, redondas y suaves, de pezones oscuros. Todavía tenía la nariz ancha y los labios finos, pero mi hermana también había traído maquillaje y un tutorial en Youtube me enseñó a disimular esos rasgos que ninguna mujer debe tener. Me puse una falda, una blusa y zapatos altos; eso es lo que deben ponerse las mujeres.
Salí de casa apurado y después de dos cuadras los dedos de mis pies empezaron a machucarse. Quería calzarme un par de zapatillas, pero en la oficina todas las mujeres deben ir de tacos. No quería que mi jefe creyera que soy una mujer desalineada.
Tomé el 56 y atravesé la ciudad llenándome los ojos de carteles que mostraban mujeres que no se parecían a mí. Sentí pena por mis tetitas pequeñas que jamás tendrían el honor de vender un corpiño importado. Me acomodé el escote y escuché el click de la cámara de un oficinista que me encontraba lo suficientemente atractivo como para compartirlo en el grupo de Whatsapp de los pibes de fútbol. ¿Debía sentirme halagado? Mis tetas no venderían lencería, pero al menos le gustaba a algún degenerado. Le clavé la mirada más fiera que pude y me devolvió una sonrisa torcida y perversa y hasta se animó a sacar otra foto. El tipo que iba al lado le chusmeó la pantalla y también sonrió.
Llegué a la oficina y antes de que pudiera sentarme a laburar apareció mi jefe a pedirme que le preparara su café. Yo tenía trabajo pendiente, pero si alguien tenía que llevarle el café al jefe era yo (por eso los anuncios de empleo que piden asistentes y secretarias siempre buscan mujeres, porque son buenas atendiendo a los hombres.)
Salí a almorzar. Los muchachos que están construyendo la rampa del banco de la esquina y que siempre me piden un pucho, ahora me pidieron que les muestre la conchita rosadita. Dale, no seas mala, me dijo uno, y puso esa voz que ponemos los hombres cuando nos tocamos el pito porque estamos calientes. Me cerré la blusa hasta arriba y me enchufé los auriculares. Yo sé que gritaron un par de cosas más, pero sus voces ásperas quedaron silenciadas por la música y no sé por qué, pero me sentí más seguro.
Se hicieron las siete y corrí al shopping de Córdoba y Florida a comprarle un perfume a mamá para agasajarla por el Día de la Mujer. La piba que me atendió tenía cara de culo y pensé que cómo se nota que no necesita el trabajo, porque no me dedicó ni una sonrisa. Cuando me llevaba el perfume a la caja, la flaca me comentó que los tacos la estaban matando y que estaba parada desde las nueve de la mañana. También me dijo que hoy se había vendido mucho y que no tuvo tiempo de salir al mediodía y se había perdido el almuerzo que las chicas habían organizado para festejar. Luego, como volviendo al personaje, me dijo que tenía veinte de descuento con débito y que feliz día.
Mientras caminaba hacia Avenida de Mayo para tomar el colectivo se fue haciendo de noche. Unos recicladores urbanos que siempre paran sobre Maipú y que también suelen pedirme puchos me dijeron algo que no escuché (en mis auriculares sonaba Cerati) pero que entendí más o menos porque nadie pide un pucho con la mano en la bragueta.
Paré en el kiosco y el pibe que atiende me preguntó qué querés mami. Si yo fuera tu mami te hubiera abortado, pelotudo, pensé, pero no le dije nada. Además no podría haber abortado aunque quisiera, así que para qué iba a discutir. Tampoco le dije nada cuando me dijo chau hermosa, pero si hubiera tenido ojos en la nunca lo hubiera visto mirándome el culo cuando me di vuelta. No dije nada porque me dolían las piernas. Las piernas y un poco la cabeza. Y el yo. El yo me dolía un montón.
Hoy me desperté y tenía concha. Y fue el peor día de mi vida.
Juan Solá

Dijo él a un comentario."
Lo que cansa no es la concha sino el juicio que le han hecho por creer que si allí no hay pito, entonces no hay nada."

miércoles, 2 de marzo de 2016

De Juan Solá

No me conquistes. No necesito tus barcos ni me hacen falta tus armas. No quiero verte llegar a mis costas para arrasar con mis montes, no quiero verte abrasar mi civilización.
No quiero tu Dios ni merezco tus mártires. Tus espejos nada saben de mi reflejo traslúcido que se acuesta a dormir sobre el cristal del río manso. Tu conquista huele a pólvora y yo soy flores de naranjo. Yo ya existía cuando tus botas se hundieron por primera vez en la arena de mis trópicos.
Habitame despacio, mostrame las fotos que te acompañan y los mapas de la tierra que te vio nacer, pero no me conquistes. Que tu historia me maraville, no me doblegue. Sé forastero misterioso al que quiera acercarme, jamás feroz conquistador que me obligue a desaparecer en la espesura de la niebla.
Adentrate despacio en mis senderos. Maravillate con las cascadas que serán tu pila bautismal. Contemplá mis estrellas en silencio y perdoná mis tormentas de verano. Que mis cuevas sean refugio, nunca empresa. No podrás comer el fruto de mis árboles si no te conmueve la semilla que germina, la tierra que los parió.
No me conquistes. Conquistar es asolar y me urge ser verde. La savia de mi monte será remedio cuando necesites sanar.
Juan Solá

lunes, 22 de febrero de 2016

Construcción

Construcción (Chico Buarque)
amó aquella vez como si fuese última
besó a su mujer como si fuese última
y a cada hijo suyo cual si fuese el único
y atravesó la calle con su paso tímido
subió a la construcción como si fuese máquina
alzó en el balcón cuatro paredes sólidas
ladrillo con ladrillo en un diseño mágico
sus ojos embotados de cemento y lágrimas
sentóse a descansar como si fuese sábado
comió su pan con queso cual si fuese un príncipe
bebió y sollozó como si fuese un náufrago
danzó y se rió como si oyese música
y tropezó en el cielo con su paso alcohólico
y flotó por el aire cual si fuese un pájaro
y terminó en el suelo como un bulto fláccido
y agonizó en el medio del paseo público
murió a contramano entorpeciendo el tránsito
amó aquella vez como si fuese el último
besó a su mujer como si fuese única
y a cada hijo suyo cual si fuese el pródigo
y atravesó la calle con su paso alcohólico
subió a la construcción como si fuese sólida
alzó en el balcón cuatro paredes mágicas
ladrillo con ladrillo en un diseño lógico
sus ojos embotados de cemento y tránsito
sentóse a descansar como si fuese un príncipe
comió su pan con queso cual si fuese el máximo
bebió y sollozó como si fuese máquina
danzó y se rió como si fuese el próximo
y tropezó en el cielo cual si oyese música
y flotó por el aire cual si fuese sábado
y terminó en el suelo como un bulto tímido
agonizó en el medio del paseo náufrago
murió a contramano entorpeciendo el público
amó aquella vez como si fuese máquina
besó a su mujer como si fuese lógico
alzó en el balcón cuatro paredes flácidas
sentóse a descansar como si fuese un pájaro
y flotó en el aire cual si fuese un príncipe
y terminó en el suelo como un bulto alcohólico
murió a contromano entorpeciendo el sábado

lunes, 1 de febrero de 2016

El Jueves...

El jueves salí de una lectura y me iba a ir caminando para mi casa porque era una noche hermosa con la temperatura justa, una noche de verano para no morirse nunca. La luna tenía media cara iluminada y un alfabeto de estrellas orbitando cerca, la calle se extendía como una pista de atletismo vacía, dos hombres en cuero fumaban fugaces cigarrillos sentados en un escalón que conducía a un pasillo rústico y largo mientras un empleado bajaba la persiana metálica de la última verdulería abierta y el chasquido invadía los oídos como una guitarra que acopla. Pero en un arrebato me dije: si veo un taxi libre en la esquina la voy a ir a ver, le voy a ir a tocar el timbre. El taxi estaba, me estaba esperando parado por el semáforo en rojo de Talcahuano y Sarmiento. Yo tenía luz verde y me quedé haciendo equilibrio en el cordón de la vereda como un volatinero inexperto mientras me fijaba entre los separadores de la billetera negra de cuero con tachas si había 100 pesos para llegar a Barrio Norte. Cambió el semáforo y crucé en amarillo. No lo tomé. Caminé una cuadra más llena de tribulaciones y volví a decirme que si en la esquina de Perón había otro taxi ese sí me lo tomaba. Había. Le hice seña y lo tomé. Con un golpe seco cerré la puerta y en tono marcial dije: “hasta Ecuador y Beruti por el camino donde sólo haya semáforos verdes”. El taxista, con 25 años de trabajar de lo mismo encima, se sintió desafiado y me contestó: “hay un camino donde agarras toda onda verde, vas a ver”. Tomó Callao, Córdoba, zona de facultades y el único semáforo nos detuvo en la calle Laprida. Hicimos el viaje en 9 minutos.
Cuando llegamos al lugar indicado el contador marcaba 49,50, le pagué con los 100, recibí los 50 de vuelto, nos dimos las gracias satisfechos de haber estado a la altura de ese vínculo anónimo y fugaz y me bajé en la esquina del Hospital Alemán, crucé en diagonal, pasé por el restaurante Oviedo donde siempre hay autos de colores sobrios estacionados con choferes adentro, miré por la ventana, miré unos segundos las lámparas distribuyendo esa media luz amable que suaviza las pieles y los gestos, caminé unos metros más, me paré en la puerta de su edificio, miré la botonera de bronce reluciente y le toqué timbre. Me dijo “hola” con voz de dormida, con respiración de animal manso, y le dije “soy yo y quiero verte un poco”, “ya bajo” me dijo, y esos minutos de tres pisos por escalera losLa vi bajar los últimos escalones y en los ocho metros que le llevó venir hasta la puerta la escanee toda: los borceguíes negros atados con cordones de cuero, el short de jean cortado color celeste gastado, la remera blanca sin mangas de algodón finito, los anteojos ovalados con marco de carey, el pelo negro brilloso y poderoso cortado por encima de los hombros y una sonrisa que intentó ocultar agachando la cabeza pero que le vi igual. Una sonrisa entre inocente y descarada, entre ingenua y guerrera. Me invitó a entrar  y nos dimos un abrazo largo, largo como los meses que no nos vimos ni nos hablamos, largo como cuando se extraña mucho algo. Largo como el tiempo que le lleva a las estaciones del año imponer su clima. Largo. Durante ese abrazo cambiamos de posición varias veces, nos rodeamos los cuerpos de distintas maneras, confirmando una vez más esa forma perfecta de encastrar juntas. Yo no podía parar de mirarle los ojos negros y la boca rosa, la boca rosa y los ojos negros. Ella apoyó la cabeza en mi hombro derecho y me abrazó más fuerte. Las palabras se fueron antes de empezar a decirlas. Le sentí el olor del jabón que usa cuando se baña y la consistencia cremosa que le deja en toda la piel. Me drogué con ese olor todo lo que pude. Después subimos los tres pisos susurrando pavadas, haciendo la previa del futuro que nos esperaba tres pisos arriba. La luz del palier se había apagado de nuevo.
Silvina Giaganti