y la correspondencia se deslizó
por debajo de la puerta
y a veces dentro del buzón
Y un día llegaste con vestidos color de ensaladas
y yo fui a buscarte bajo el puente, en la orilla de la alameda
Pero como la perpetua felicidad no dura, ahora, entre mil ciento noventa y seis kilómetros, suelo colgarme de un borde que huele a precipicio y las flores silvestres que veo me recuerdan que todavía hay tiempo
que hay horas no vividas que esperan.
Diana V.
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